sábado, 29 de marzo de 2014

Educación para transformar el mundo: William Ospina. CONFERENCIA y DIÁLOGO en la U. DE CALDAS. Marzo, 25,2014. AUDIO y registros.

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NTC ... agradece al Maestro Carlos Enrique Ruiz, director de la revista ALEPH,
por suministrarnos la información
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Educación para transformar el mundo: 
William Ospina

EN U. DE CALDAS SE REALIZÓ CONFERENCIA CON EL ESCRITOR Y POETA COLOMBIANO

AUDIO: Enlace más adelante

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25/3/2014
Redacción: Laura Sánchez Largo
El Teatro 8 de Junio de la Universidad de Caldas se llenó con la visita de William Ospina. Este escritor no dejó silla vacía durante su conferencia sobre educación en Colombia, este 25 de marzo del 2014. El evento fue organizado por la Sociedad de Mejoras Públicas de Manizales y la Institución caldense.
En su charla el escritor recordó el papel determinante de los medios de comunicación sobre la educación en el país. Para ello soportó su conferencia en Preguntas para una nueva educación, un texto de su autoría.
“En nuestro tiempo el poder del ejemplo lo tienen los medios de comunicación: son ellos los que crean y destruyen modelos de conducta. Pero lo que rige su interés no es necesariamente la admiración por la virtud ni el respeto por el conocimiento”, manifestó Ospina.
El invitado señaló que en cambio, el deslumbramiento ante la astucia, la fascinación ante la extravagancia, el sometimiento ante los modelos de la fama o la opulencia son los que abundan en las noticias de Colombia y en la  mente de los colombianos.
Educación en nuestras manos
Según Ospina la educación es la manera como se trasmite a las siguientes generaciones el modelo de vida que se asume en el momento. Pero también se puede entender comotrasmisión de conocimientos y búsqueda y transformación del mundo en que se habita.
“Con ello lo que quiero decir es que nosotros podemos dictar las pautas de nuestro presente, pero son las generaciones que vienen las que se encargarán del futuro, y tienen todo el derecho de dudar de la excelencia del modelo que hemos creado o perpetuado, y pueden tomar otro tipo de decisiones con respecto al mundo que quieren legarles a sus hijos”, concluyó el escritor en su texto.



Informes: Oficina de Prensa U. de Caldas, teléfono 878 15 00, extensión 12 167.
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William Ospina en la Universidad Nacional de Manizales

Fotografías de Carlos Enrique Ruiz, Director de la Revista ALEPH



Al fondo, Livia González de Ruiz
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… el escritor colombiano William Ospina,  estuvo de visita en la Universidad Nacional de Colombia en Manizales hablando con la comunidad universitaria sobre los problemas que aquejan a la educación en el país.
http://www.manizales.unal.edu.co/index.php/noticias/36-ano-2014/4051-nuestra-educacion-no-ha-dado-los-resultados-que-deberia-william-ospina
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lunes, 24 de marzo de 2014

Aviso de derrumbe. Por FRANCESC ARROYO. Sobre Byung-Chul Han, pensador coreano afincado en Berlín.

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NTC ... agradece al poeta y narrador José Zuleta Ortiz
por la información sobre este maravillo texto y por el gran aporte.  
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Aviso de derrumbe
Byung-Chul Han, pensador coreano afincado en Berlín, es la nueva estrella de la filosofía alemana
La asfixiante competencia laboral, el exhibicionismo digital y la falaz demanda de transparencia política son los males contemporáneos que analiza en su obra.
No es extraño que Alemania, el país que ha producido mentes como las de KantHegelNietzsche o Marx, tenga devoción por la filosofía, lo inusual es que la nueva revelación del pensamiento alemán —tronco inevitable del pensamiento occidental moderno— sea un autor oriental que cuando era un treintañero cambió Corea del Sur por Europa. Hoy los libros de ese autor, Byung-Chul Han, son prestigiosos superventas en un país que todavía discute apasionadamente a sus filósofos vivos, sean Jürgen HabermasPeter Sloterdijk o Richard David Precht. Han ya es uno de ellos.
Byung-Chul Han nació en 1959 en Seúl y allí estudió metalurgia, pero pronto llegó a la conclusión de que con aquello no iba a ninguna parte. La carrera ni siquiera le interesaba. Decidió instalarse en Alemania y estudiar literatura, aunque acabó interesado en la filosofía. En 1994 se doctoró por la Universidad de Múnich con una tesis sobre Martin Heidegger y poco después se estrenó como profesor universitario tras haber obtenido la habilitación en Basilea. Actualmente enseña Filosofía en la Universidad de las Artes de Berlín después de ejercer en la Escuela Superior de Diseño de Karlsruhe al lado de Sloterdijk, que no ha evitado polemizar con el que muchos consideran su sucesor en el trono simbólico de la filosofía germana.
En los últimos meses se han publicado en España dos libros de Han La sociedad del cansancio * y La sociedad de la transparencia *—, en abril aparecerá un tercero La agonía de Eros* (en la editorial Herder *, como los anteriores)— y varios más serán traducidos pronto. En ellos analiza los males del presente: el hombre contemporáneo, sostiene el filósofo, ya no sufre de ataques virales procedentes del exterior; se corroe a sí mismo entregado a la búsqueda del éxito. Un recorrido narcisista hacia la nada que lo agota y lo aboca a la depresión. Es la consecuencia insana de rechazar la existencia del otro, de no asumir que el otro es la raíz de todas nuestras esperanzas. Más aún, solo el otro da pie al eros y es precisamente el eros el que genera el conocimiento.
La entrevista se celebra en el Café Liebling, situado en la berlinesa Raumerstrasse, en Prenzlauer Berg, un barrio que ha pasado en poco tiempo de bohemio a aposentado. Suena una música ambiental suave que los camareros no tienen problema en suavizar aún más para evitar interferencias en la grabación de la charla. Han es puntual a la cita. Se sienta y pide café. La primera pregunta es sobre la relación directa que él establece entre el eros y el pensamiento. Mira al entrevistador, se mira las manos, se mesa el cabello, calla. Al cabo de unos segundos empieza a hablar: “Creo que para responder a eso necesitaría antes pensar durante un par de semanas”. En apariencia deja el asunto de lado, aunque lo abordará al final de la entrevista. No tiene prisa. Se toma su tiempo. Para todo. “Cuando llegué a Alemania, ni siquiera conocía el nombre de Martin Heidegger”, cuenta. “Yo quería estudiar literatura alemana. De filosofía no sabía nada. Supe quiénes eran Husserl y Heidegger cuando llegué a Heidelberg. Yo, que soy un romántico, pretendía estudiar literatura, pero leía demasiado despacio, de modo que no pude hacerlo. Me pasé a la filosofía. Para estudiar a Hegel la velocidad no es importante. Basta con poder leer una página por día”.
El esclavo de hoy es el que ha optado por el sometimiento. Uno se ve libre y se explota a sí mismo hasta el colapso
Cualquier cosa menos volver a la metalurgia que había dejado en Corea. “Al final de mis estudios me sentí como un idiota. Yo, en realidad, quería estudiar algo literario, pero en Corea ni podía cambiar de estudios ni mi familia me lo hubiera permitido. No me quedaba más remedio que irme. Mentí a mis padres y me instalé en Alemania pese a que apenas podía expresarme en alemán”.
Inició un proceso de aprendizaje del idioma y de nuevas materias que le permitieran comprender los problemas que aquejan al hombre de hoy. Explicarlo es el objetivo de sus libros. A diferencia de lo que ocurría en tiempos pasados, cuando el mal procedía del exterior, ahora el mal está dentro del propio hombre, subraya Han: “La depresión es una enfermedad narcisista. El narcisismo te hace perder la distancia hacia el otro y ese narcisismo lleva a la depresión, comporta la pérdida del sentido del eros. Dejamos de percibir la mirada del otro. En uno de los últimos textos que he escrito insisto en que el mundo digital es también un camino hacia la depresión: en el mundo virtual el otro desaparece”. ¿Hay posibilidades de vencer ese estado depresivo? “La forma de curar esa depresión es dejar atrás el narcisismo. Mirar al otro, darse cuenta de su dimensión, de su presencia”, sostiene. “Porque frente al enemigo exterior se pueden buscar anticuerpos, pero no cabe el uso de anticuerpos contra nosotros mismos”.
Para precisar lo que sugiere recurre a Jean Baudrillard: el enemigo exterior adoptó primero la forma de lobo, luego fue una rata, se convirtió más tarde en un escarabajo y acabó siendo un virus. Hoy, sin embargo, “la violencia, que es inmanente al sistema neoliberal, ya no destruye desde fuera del propio individuo. Lo hace desde dentro y provoca depresión o cáncer”. La interiorización del mal es consecuencia del sistema neoliberal que ha logrado algo muy importante: ya no necesita ejercer la represión porque esta ha sido interiorizada. El hombre moderno es él mismo su propio explotador, lanzado solo a la búsqueda del éxito. Siendo así, ¿cómo hacer frente a los nuevos males? No es fácil, dice. “La decisión de superar el sistema que nos induce a la depresión no es cosa que solo afecte al individuo. El individuo no es libre para decidir si quiere o no dejar de estar deprimido. El sistema neoliberal obliga al hombre a actuar como si fuera un empresario, un competidor del otro, al que solo le une la relación de competencia”.
Retomando la idea hegeliana de la dialéctica del amo y del esclavo, Byung-Chul Han denuncia que “el esclavo de hoy es el que ha optado por el sometimiento”. Y lo ha hecho a cambio de un modo de vida escasamente interesante, “la mera vida, frente a la vida buena”, dice, casi pura supervivencia. A cambio de eso, el hombre cede su soberanía y su libertad. Pero lo más llamativo es que el propio amo ha renunciado también a la libertad al convertirse en explotador de sí mismo. Ha interiorizado la represión y se ve abocado al cansancio y la depresión. Pero el cansancio y la depresión no se pueden interpretar como alienación, en el sentido tradicional marxista. “Solo la coerción o la explotación llevan a la alienación en una relación laboral. En el neoliberalismo desaparece la coerción externa, la explotación ajena. En el neoliberalismo, trabajo significa realización personal u optimización personal. Uno se ve en libertad. Por lo tanto, no llega la alienación, sino el agotamiento. Uno se explota a sí mismo, hasta el colapso. En lugar de la alienación aparece una autoexplotación voluntaria. Por eso, la sociedad del cansancio como sociedad del rendimiento no se puede explicar con Marx. La sociedad que Marx critica, es la sociedad disciplinaria de la explotación ajena. Nosotros, en cambio, vivimos en una sociedad del rendimiento de autoexplotación”. El hombre se ha convertido en un animal laborans, “verdugo y víctima de sí mismo”, lanzado a un horizonte terrible: el fracaso.
Como todo buen romántico, Han encuentra la solución en el amor. Hay que negar el presente represivo y aceptar la existencia del otro y, de su mano, la posibilidad del amor. Un buen ejemplo es la películaMelancolía, de Lars von Trier. En ella aparece Justine, un personaje deprimido “porque es incapaz de amar. La depresión aparece como una imposibilidad de amor. Pero Justine alcanza a salir de la depresión gracias a la aparición de un planeta que va a destruir la Tierra. Es la amenaza de esa catástrofe la que le permite curarse de la depresión porque la hace capaz de percibir la existencia del otro. Primero, el otro es el planeta y luego los demás. Y al salir de la depresión se siente capaz de amar, de recuperar el sentimiento del eros”. Y es que “el eros es la condición previa del pensamiento. Sin el deseo hacia un ser amado que es el otro, no hay posibilidad de filosofía”.
Mientras Grecia y España están en ‘shock’ por la crisis, se endurecen la competencia descarnada y los despidos
Hay una relación directa entre eros y logos que pasa por descubrir al otro. Sin eso no hay posibilidad de verdad. El eros tiene una relación vital con el pensar. El logos sin eros sería pensamiento puro. Así termina La agonía de Eros, recuerda: “El pensamiento en sentido enfático comienza bajo el impulso de eros. Es necesario haber sido amigo, amante para poder pensar. Sin eros, el pensamiento pierde la vitalidad y se hace represivo”. Ahí está el ejemplo de Alcibíades, que accede al conocimiento gracias a la seducción que Sócrates ejerce sobre él. “Siempre se había pensado que el eros estaba excluido, pero es condición para el pensamiento”, insiste. “Es el amigo el que introduce una relación vital que hace posible el pensar”. Por el contrario, “la falta de relación con el otro es la principal causa de la depresión. Esto se ve agudizado hoy en día por los medios digitales, las redes sociales”. La soledad, la incapacidad para percibir al otro, su desaparición.
No hay, sin embargo, que confundir la seducción con la compra. “Creo que no solo Grecia, también España, se encuentran en un estado deshock tras la crisis financiera. En Corea ocurrió lo mismo, tras la crisis de Asia. El régimen neoliberal instrumentaliza radicalmente este estado de shock. Y ahí viene el diablo, que se llama liberalismo o Fondo Monetario Internacional, y da dinero o crédito a cambio de almas humanas. Mientras uno se encuentra aún en estado de shock, se produce una neoliberalización más dura de la sociedad caracterizada por la flexibilización laboral, la competencia descarnada, la desregularización, los despidos”. Todo queda sometido al criterio de una supuesta eficiencia, al rendimiento. Y, al final, explica, “estamos todos agotados y deprimidos. Ahora la sociedad del cansancio de Corea del Sur se encuentra en un estadio final mortal”.
En realidad, el conjunto de la vida social se convierte en mercancía, en espectáculo. La existencia de cualquier cosa depende de que sea previamente “expuesta”, de “su valor de exposición” en el mercado. Y con ello “la sociedad expuesta se convierte también en pornográfica. La exposición hasta el exceso lo convierte todo en mercancía. Lo invisible no existe, de modo que todo es entregado desnudo, sin secreto, para ser devorado de inmediato, como decía Baudrillard”. Y lo más grave: “La pornografía aniquila al eros y al propio sexo”. La transparencia exigida a todo es enemiga directa del placer que exige un cierto ocultamiento, al menos un tenue velo. La mercantilización es un proceso inherente al capitalismo que solo conoce un uso de la sexualidad: su valor de exposición como mercancía.
Lo propio ocurre en la exigencia de transparencia en la política: “La transparencia que se exige hoy en día de los políticos es cualquier cosa menos una demanda política. No se pide la transparencia para los procesos de decisión que no interesan al consumidor. El imperativo de transparencia sirve para descubrir a los políticos, para desenmascararlos o para escandalizar. La demanda de transparencia presupone la posición de un espectador escandalizado. No es la demanda de un ciudadano comprometido, sino de un espectador pasivo. La participación se realiza en forma de reclamaciones y quejas. La sociedad de la transparencia, poblada de espectadores y consumidores, es la base de una democracia del espectador”.
La exigencia de transparencia, acompañada del hecho de que el mundo es un mercado, hace que los políticos no acaben siendo valorados por lo que hacen, sino por el lugar que ocupan en la escena. “La pérdida de la esfera pública genera un vacío que acaba siendo ocupado por la intimidad y los aspectos de la vida privada”, afirma. “Hoy se oye a menudo que es la transparencia la que pone las bases de la confianza. En esta afirmación se esconde una contradicción. La confianza solo es posible en un estado entre conocimiento y no conocimiento. Confianza significa, aun sin saber, construir una relación positiva con el otro. La confianza hace que la acción sea posible a pesar de no saber. Si lo sé todo, sobra la confianza. La transparencia es un estado en el que el no saber ha sido eliminado. Donde rige la transparencia, no hay lugar para la confianza. En lugar de decir que la transparencia funda la confianza, habría que decir que la transparencia suprime la confianza. Solo se pide transparencia insistentemente en una sociedad en la que la confianza ya no existe como valor”. Un ejemplo de esta contradicción es el Partido Pirata que se presenta a sí mismo como el de la transparencia, lo que en realidad equivale a una propuesta de despolitización. “Se trata, en realidad, de un antipartido”, afirma Han.
Y se ha diluido también la “verdad”, porque en la sociedad de la transparencia lo que importa es la apariencia. Parte de su discurso recuerda el de los situacionistas franceses de los sesenta, que sostenía que la historia podía explicarse por el predominio de los verbos que explican las cosas. En la antigüedad, lo importante era el ser, pero el capitalismo impuso el tener. En la actual sociedad del espectáculo, sin embargo, domina la importancia del parecer, de la apariencia. Así lo resume Han: “Hoy el ser ya no tiene importancia alguna. Lo único que da valor al ser es el aparecer, el exhibirse. Ser ya no es importante si no eres capaz de exhibir lo que eres o lo que tienes. Ahí está el ejemplo de Facebook, para capturar la atención, para que se te reconozca un valor tienes que exhibirte, colocarte en un escaparate”. Y el mundo de la apariencia se nutre de las aportaciones de los medios de comunicación. Pero hay una gran diferencia entre el saber, que exige reflexión y hondura, y el conocer, que no aporta verdadero saber. “La acumulación de la información no es capaz de generar la verdad. Cuanta más información nos llega, más intrincado nos parece el mundo”.
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miércoles, 29 de enero de 2014

UNA EXPLICACIÓN. Marianne Ponsford. Arcadia 100, Enero 27, 2014. Editorial.

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UNA EXPLICACIÓN

Marianne Ponsford


Arcadia 100, Enero 27, 2014. Editorial

Arcadia llega a su edición número 100, y es costumbre en los medios, como en la vida, celebrar las cifras redondas. Por eso, hemos concebido para los lectores un especial ambicioso, que quiere preguntarse cómo las artes han leído a Colombia.

Un jurado compuesto por 76 intelectuales, críticos y académicos escogió para esta edición las obras de su campo que, según su criterio, iluminaban con mayor acierto y talento la historia del país. El resultado fue un compendio de más de 600 obras de todas las áreas de las artes y la literatura.

¿Cómo hicimos la elección final? Todas las obras que fueron propuestas por más de tres miembros del jurado están incluidas aquí. Ellas componen casi el total de las obras en esta edición. El resto corresponden a la elección, a partir de las propuestas de los miembros del jurado, de quienes escribieron en esta revista. El límite no ha sido otro que el del espacio, las páginas de las que disponíamos. Por eso, las obras que los lectores encontrarán aquí no pretenden constituirse en un canon. No sería justo. No es así. Y quienes seleccionaron y quienes escribieron los textos —en algunos casos la misma persona-, están listados en la última página y en la edición web los lectores curiosos podrán ver las obras que cada uno de los jurados propuso.

El resultado es una selección de 119 obras colombianas realizadas durante los últimos cien años, acompañadas cada una de un breve texto que busca hacer énfasis en la manera como esa obra refleja, interpreta o recrea al país, su historia, su circunstancia. El conjunto de firmas que respalda esta edición es extraordinario. Hemos incluido, con ambición, obras de arte, música culta y canciones populares, cine, fotografía, series de televisión y, por supuesto, literatura. Y en ella, novela, teatro, poesía, cuento, memoria y ensayo literario.

El orden de exposición es cronológico y las fechas, por lo tanto, tienen una gran relevancia en el diseño. Las obras son el centro de importancia, pero no el campo del arte al que pertenecen. En muchos casos, tendrá el lector no erudito que adentrarse en los textos para saber si este se refiere a una escultura, a una película o a una novela. Es quizás una apuesta por recordar que, en el fondo, todas las artes son una sola.

El origen de la idea de examinar qué país surge de algunas obras de arte y literatura del último siglo no implica que creamos que ese es el único -ni necesariamente el más importante- criterio para juzgar si una obra de arte debe perdurar. Bien es sabido que toda creación artística existe fuera de su tiempo y es esa independencia de sus coordenadas históricas y geográficas la que en buena medida le otorga el carácter de clásico. Por eso leemos Ana Karenina para buscar en ella algo que nos hable de nuestra propia vida y no para entender la Rusia del siglo xix. Sin embargo, cada obra de arte de valor es hija legítima de su tiempo. Y es por eso que algo aprendemos, casi sin querer, sobre la Rusia del siglo xix cuando leemos Ana Karenina. Porque todas las obras de arte de valor entablan una conversación profunda con su contexto, con su país, con el tiempo en el que fueron creadas, y muchas veces su temprano esbozo del futuro es asombroso.

Sin embargo, no son pocos quienes todavía, en esta Colombia de albores del siglo xxi, creen que las obras de arte solo existen en una especie de feliz nebulosa, ajena a todo, para el ocasional esparcimiento del espíritu de quien tiene la sensibilidad para admirarlas. Eso no es cierto. Como tampoco lo es que los artistas y escritores habiten burbujas errantes al vaivén del viento, de espaldas a la política, a la ideología, a su propia sociedad. En Colombia sucede con abrumadora fecundidad todo lo contrario. Y este especial quiere dar testimonio de ello.


Por supuesto, una lectura sociológica de las artes nunca determinará su auténtico valor. Por ello es necesario decir que las obras aquí presentadas no corresponden a una elección servil con la cronología de la historia del país. Mandan las obras, no los hechos históricos.

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En 1915, los hermanos Di Doménico, apasionados por el cine documental, hicieron una película sobre el asesinato del general Uribe Uribe, ocurrido un año antes en plena carrera séptima de Bogotá. Estaban convencidos de que la película sería un éxito, y no podían haber estado más equivocados. El escándalo que produjo la película —con protestas populares frente a las salas de cine y la indignación de las élites— llevó a su censura por parte del Estado. No podía ser, se argumentó, que se exhibieran imágenes del cuerpo del general brutalmente asesinado, o de su entierro, o que se les hubiese pedido a los asesinos que aparecieran en la película. Todo aquello iba en contra del decoro y del pudor.

Casi exactamente un siglo después, en noviembre del año pasado, Cine Colombia se negó a pasar en sus salas un simple tráiler de dos minutos y treinta segundos del desgarrador documental No hubo tiempo para la tristeza, realizado por el Centro de Memoria Histórica, en el cual las víctimas del conflicto armado interno le hacen el difícil favor a la historia del país de narrar su propia tragedia. Son esas conexiones, esos breves asombros y las posibles reflexiones que suscitan, lo que esta edición busca proponer a los lectores.

Pero quizás lo que genuinamente abruma del particular conjunto de obras aquí reunidas es la evidencia de que la mayoría de los creadores del país han buscado con vehemencia casi febril, década tras década, dar nombre a la violencia que ha atravesado, como un hierro encendido, el cuerpo de la historia de Colombia.

El cine, el arte y la literatura han pretendido obsesivamente durante todo el siglo xx colombiano y lo que llevamos del siglo xxi, apropiarse desde las artes de una historia de injusticia, de asesinatos y de dolor. Y por eso, leer los textos de este especial puede semejar someterse a una sucesión interminable de ensordecedoras campanadas que no acaban nunca de marcar la hora.

En Violencia, un libro visionario y uno de los más legibles de su excéntrico autor, el filósofo Slavoj Zizek dice que "el horror sobrecogedor de los actos violentos y la empatia con las víctimas funcionan sin excepción como un señuelo que nos impide pensar".

Y     continúa: "Un análisis conceptual desapasionado de la tipología de la violencia debe por definición ignorar su impacto traumático".

Y     finaliza el párrafo con una afirmación poderosa: "El único acercamiento válido [al tema de la violencia] será el que nos permita mantener una necesaria distancia de respeto con las víctimas".

Claro que Zizek no se refiere al arte sino al análisis. El mismo advierte que el arte tiene un enorme poder a la hora de nombrar la violencia desde la empatia con las consecuencias literales, explícitas del hecho violento. Pero aun así, el texto de Zizek es una bofetada brutal.

Porque Zizek propone un alejamiento de los hechos violentos -de la violencia subjetiva—, y poner en suspenso la compasión biempensante y tantas veces banal que nos lleva a desligar el horror de lo que pasa allá de nuestra confortable vida aquí.

Desde El río de las tumbas, por poner el ejemplo de una película, la cinematografía colombiana ha querido escribir la historia de las víctimas a partir de la exposición solidaria del sufrimiento. El teatro y la literatura también (todo lo contrario del periodismo, que es parte explícita del poder y ha llegado tarde al tema de las víctimas). La empatía con los desposeídos y la indignación ante un país de élites inclementes -así lo evidencia la historia- han sido motores constantes de la creación. Da la impresión de que la literalidad del hecho violento ha suplantado la pregunta por el origen de la violencia en la historia de las artes en Colombia. Todavía no es suficiente el comentario sobre lo que Zizek llama la violencia sistémica, inherente al estado de las cosas.

Cuando uno lee los extraordinarios relatos sobre la aristocracia neoyorkina de Edith Wharton o de Henry James, no puede más que asombrarse ante la mirada cuestionadora y crítica que desde el siglo antepasado caía sobre las élites desde las artes.

Por supuesto, toda generalización invita a la protesta. Y es verdad que la generalización puede ser injusta. Sobre todo porque desde hace unas décadas la mirada parece comenzara cambiar. La obra de artistas como Beatriz González, por ejemplo, con su reclamo crítico al gobierno de Turbay, es tremendamente poderosa, como lo son las Variaciones sobre el purgatorio de José Alejandro Restrepo o la novela Sin remedio de Antonio Caballero, o la aproximación burlesca al poder político de la obra de teatro I took Panama. Pero es poco lo que hay, si lo comparamos con la producción artística y literaria sobre el hecho violento, y sobre aquellos que sufren sus consecuencias directas. Faltan más metáforas tan poderosas como la de aquel viejo coronel que esperó en vano una pensión que nunca llegó.

El hecho es que el poder establecido sigue ganando la partida. Porque otra cosa que se revela como constante en esta edición

es el monumental esfuerzo que desde todas las artes se ha llevado a cabo para traer vientos de modernización -léase ansias de una sociedad más justa- al país. Y cuan virulento ha sido el desdén al que ha sido sometido lo nuevo. Luis Vidales, relegado al olvido, mientras un poeta semejante, Oliverio Girondo, es parte del canon argentino. Con cuánto miedo se ha bloqueado la palabra distinta y la imagen que no es reverente. Cuánta censura y rechazo ante lo que no puede domesticarse de inmediato. Basta recordar cómo la maravillosa explosión de sentido crítico y talento que se reunió en la Cali de los años setenta acabó suplantada por una idea decimonónica de cultura, correcta y conservadora. El poder establecido, una década después, había ganado otra vez la partida.

Pero estas son las reflexiones parciales de una sola lectora. La idea es que este especial de Arcadia sea construido a su manera por cada lector. Al fin y al cabo no son más que piezas sueltas que cobran un nuevo sentido (¿otro sentido?, ¿más sentido?) de acuerdo con las asociaciones y maneras de leer de cada quien.

Estas páginas no son más que un recordatorio de que quizás ese país que construyen, recrean y reflejan las artes y la literatura es un país que necesita cambiar. Ojalá el cuadro más importante del siglo xxi colombiano no se llame, así, tan desnuda, tan secamente, La violencia.



Marianne Ponsford
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