domingo, 29 de enero de 2012

Jorge Orlando Melo. Entrevista. Por: Margarita Vidal. EL PAÍS, Cali, Enero 29, 2012

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“Ya no interesan las revoluciones sociales, sino las redes sociales”

El historiador Jorge Orlando Melo dice que a los jóvenes de hoy no les interesa una transformación radical del capitalismo y que están más cerca de una cultura mediática.

Por: Margarita Vidal

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Cuando se jubiló, el historiador Jorge Orlando Melo, reconocido como “El responsable de la revolución silenciosa de las bibliotecas”, fue condecorado por Álvaro Uribe con la Orden Nacional al Mérito en Grado de Gran Oficial. Era el justo reconocimiento a los grandes aportes que en materia cultural le ha hecho al país este antioqueño, nacido en 1942.

Ex alumno del colegio Jorge Robledo, graduado en Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, con maestría en Historia de la Universidad de Carolina del Norte y estudios en Historia Latinoamericana en la Universidad de Oxford, Melo dirigió la Biblioteca Luis Ángel Arango de Bogotá por más de diez años, hasta convertirla en la más visitada de América Latina. Una entidad que deslumbró a la famosa y polémica novelista norteamericana Susan Sontang, cuando la recorrió bajo su guía, durante la visita que hizo a Bogotá, meses antes de su muerte.

En 1990 Jorge Orlando Melo fue consejero Presidencial para la Defensa, Protección y Promoción de los Derechos Humanos. En el 2002, éste investigador, discípulo del profesor Jaime Jaramillo Uribe, fue quien formuló el Plan Nacional de Lectura y Bibliotecas, un proyecto del Ministerio de Cultura que dotó a más de 500 bibliotecas públicas y privadas de Colombia.

Melo tuvo la fortuna de crecer en un hogar donde ambos padres eran maestros y buenos lectores. La docencia la heredó no solo de sus progenitores, sino de 17 tías dedicadas a la enseñanza, legado que comparte con 31 primos que ejercen la cátedra universitaria.

Quienes lo conocen, saben que millares de horas dedicadas a la lectura, la escritura, el estudio y la investigación, lo convirtieron en uno de los mejores analistas del país. No en balde lo apodan ‘El Sabio’ Melo.

¿Qué piensa de lo que ocurrió con la reforma de la educación superior?
Hubo una situación equívoca. El gobierno tenía un proyecto que aumentaba los aportes a la universidad pública, pero acompañado de una utopía ingenua: que iba a haber, fuera de los cupos que aportaran las universidades estatales, muchos cupos nuevos que podría ofrecer la universidad privada, si se permitía la existencia de universidades con ánimo de lucro. La idea era totalmente fantasiosa: no hay en el país capitales para convertir la universidad en negocio, más allá del negocio que ya existe en universidades que lo ocultan. Esto produjo algo sorprendente: para derrotar el espejismo del apoyo a la universidad privada, todos los sectores de la educación superior –rectores, docentes, estudiantes- se unieron por primera vez e hicieron un movimiento realmente fuerte. Y lograron derrotarlo, pero al mismo tiempo tumbaron las medidas reales de apoyo a la universidad pública: el mecanismo que hacía obligatorio aumentar los aportes por encima de inflación, en un porcentaje muy alto del crecimiento del PIB.

¿Mejor que no se hubiera hundido?
Probablemente sí. El proyecto tenía defectos pero también ventajas, sobre todo por la plata para las universidades públicas. El Ministerio de Hacienda debe estar feliz, (y quizás el gobierno: nunca se había visto tanta voluntad de ceder en un Presidente) pues en un país con problemas fiscales duros y un gasto muy alto por los desastres, amarrar porcentualmente un presupuesto mayor para las universidades complica la vida. Y probablemente harán lo posible para que el proyecto nuevo no se apruebe antes de dos o tres años, para actuar libremente por ahora. Me imagino que, de todos modos, no hay muchas posibilidades de hacer rápido ese proyecto: entre las propuestas de los estudiantes, los intereses divergentes de las grandes universidades públicas y de las instituciones regionales, que tienen un problema de calidad y de recursos, habrá para largo. De modo que el gobierno puede estar tranquilo.

¿Pero no fue un proceso llamativo el de la movilización estudiantil, con su nuevo estilo, su ‘besatón’ y una movilización tan pacífica?
En un ambiente como el de comienzos del 2011 –olas de “indignados”, y un movimiento estudiantil vigoroso e imaginativo en Chile- presentar un proyecto cuyo núcleo aparente era volver la educación negocio, no podía tener otro efecto. La comunidad universitaria es muy hostil a esta idea y la oportunidad le cayó muy bien a los estudiantes, que hicieron un movimiento ejemplar, elegante, ingenioso, que recibió apoyo de la sociedad y tenía en el fondo la simpatía oculta de mucha gente en el gobierno.

¿Qué esperan lograr los estudiantes?
Ahora que pasó el momento de oposición, hay que esperar a ver qué proponen. Mi impresión es que más allá de reivindicaciones gremiales no habrá mucho: insistirán en más préstamos y más baratos (incluso que no se cobren), en que aumente el presupuesto de las universidades públicas, en que mejore la calidad de la educación, en la autonomía universitaria. Es lo mismo que propusieron los que manejan hoy el país, y sus papás, y sus abuelos hasta 1918, cuando comenzaron los movimientos universitarios. Me parece que esta generación es distinta a la de sus abuelos (la que entró a la universidad con la Revolución Cubana, y la caída de la dictadura de Rojas), porque cree menos en la política. Muchos dirigentes de hace 50 años terminaron en la guerrilla, en los barrios populares, u organizando movimientos políticos contra el sistema, el MRL, el Moir, etc. A los jóvenes de hoy ya no les interesa una transformación radical del capitalismo: quieren que el sistema funcione bien, sin sus injusticias más dramáticas, y están más cerca de una cultura del consumo, hedonista y mediática, que de la militancia de 1960 o el anarquismo de 1968. Ya no interesan las revoluciones sociales sino las redes sociales.

¿Eso es positivo?
Me parece positivo que hayan dejado atrás las ilusiones más dañinas de las generaciones anteriores, pero me inquieta que terminen sin ilusiones, y que se alejen tanto de la política. La diferencia con Chile es clara: allá cualquier estudiante de secundaria está preocupado por las políticas públicas y se mete a los partidos. Aquí las encuestas muestran que la mayoría de los estudiantes prefiere no enterarse de la política. La idea dominante es que la gente decente no se mete en política, porque se unta.

¿Qué debe incluir una buena reforma educativa integral?
El cuello de botella principal de la educación no está en la Universidad: su calidad está mejorando bastante, entre otras cosas porque los exámenes de Estado obligan a las universidades a competir por calidad. Y la cobertura subió un 50% en la última década: lo que importa a los padres y estudiantes no es la falta de cupos, sino si estos sirven para conseguir un empleo decente. El problema central es la calidad de la educación básica y secundaria. Los resultados en las pruebas internacionales muestran que Colombia –a pesar de que mejoró también en la última década-, es uno de los países del mundo que peor educa a sus niños, y las pruebas locales muestran que hay un desequilibrio muy grande en la calidad de los colegios públicos y los privados: entre los 500 colegios con mejores resultados del país hay 481 privados. Además, llevamos 50 años escogiendo como maestros a los estudiantes peores: solo el 10% de los estudiantes que entraron en 2010 a las carreras pedagógicas habían obtenido un resultado alto en la prueba del Icfes.

¿Entonces, qué hay que cambiar?
Creo que hay dos cosas centrales: 1) Escoger mejor a los maestros, para que las facultades de educación no se llenen de estudiantes que van a perpetuar la situación actual. Un mecanismo fácil es dar una beca de sostenimiento razonable a todo estudiante que esté en el 25% más alto del Icfes y entre a una escuela de pedagogía. Esto ya lo está haciendo Chile.

2) Mejorar la calidad de la enseñanza de lectura y escritura, con nuevas formas de enseñar y con bibliotecas en las aulas. En Colombia pocos colegios tienen una biblioteca decente, y el efecto es contundente: los estudiantes de colegios con buenas bibliotecas sacan los mejores resultados. En las pruebas Saber, usualmente el 80 o 90% de los niños de esos colegios están en las dos categorías más altas, cuando en el promedio del país estas categorías no alcanzan al 30% de la población. Y todos los niños que van a esos colegios malos, tienen la inteligencia para alcanzar los altos resultados de los colegios buenos, de modo que lo que estamos derrochando en capacidad de los niños es inmenso.

Todo el aprendizaje en la secundaria y la universidad se apoya en la capacidad de entender bien y de reflexionar a partir de una comprensión adecuada del idioma. Mejorar la lectura y la escritura es la forma más efectiva de mejorar toda la educación. Para eso, hay que tener buenas bibliotecas en cada salón, y buenos materiales en Internet. Hoy el país tiene bibliotecas públicas decentes pero no tiene bibliotecas escolares ni de aula, y casi no tiene buenas páginas de Internet, colombianas, para niños. Tomar en serio a Internet, en toda la educación, es algo que está por hacer. Y en este tema, el nudo está antes: hay que estimular el dominio del idioma de los niños de 1 a 5 años. Por eso, el gobierno tiene razón en poner el énfasis en la educación preescolar: en estos años, mediante el desarrollo de la capacidad de jugar, de conversar, de cantar y de hacer arte, los niños preparan su capacidad para aprender a leer y escribir cuando lleguen a la escuela.

¿Cómo ve el gobierno de Santos?
En general, me parece que va bien. Está haciendo un esfuerzo serio en un tema tan difícil como reparación de víctimas y devolución de tierras, y ha respetado la independencia de las cortes. Las instituciones no se están manipulando para favorecer al gobierno, y esto es fundamental. El mensaje al país es tranquilizante y moderado, y eso le hacía mucha falta a Colombia.

¿Le teme al unanimismo dentro del gobierno?
Colombia perdió el hábito de la oposición política. Los que gobiernan tienden a ver como enemigos a los que están en la oposición. Y los partidos de oposición, a menos que tengan una visión muy radical, prefieren volverse parte del gobierno, y se oponen mientras el gobierno no los meta a la administración.En las democracias más estables, hay un partido de oposición, que espera llegar al poder por una decisión de los ciudadanos y no por una negociación. Y se hace oposición –se vigila la gestión pública, se proponen políticas diferentes, se moviliza la población para promover ciertas metas- incluso cuando los gobiernos son buenos. Aquí parece ilegítimo hacer oposición, a menos que el gobierno sea un desastre total.

Me parece difícil recuperar un sistema político en el que gobierno y oposición controvierten en forma pacífica, sobre programas, políticas y gestiones. El legado del Frente Nacional es muy fuerte. El impacto de la guerrilla y de la política hecha con las armas refuerza esto: el que está en la oposición tiene algo en común con la guerrilla. Muchas veces los voceros del gobierno anterior trataron de mostrar a quienes tenían posiciones distintas en temas como las negociaciones de paz como instrumentos, conscientes o inconscientes, de la guerrilla. No se acepta que la gente pueda estar en desacuerdo con razones de buena fe. Pero hay que volver a esto, aunque no lo veo fácil a corto plazo. Además, la la prensa tiende a reforzar este problema. Los periódicos titulan las noticias como si estuvieran asesorados por las oficinas de prensa oficiales: se destacan los logros, se minimizan las dificultades, no hay análisis equilibrado.

¿Cómo analiza el triunfo de Petro?
Es un triunfo precario, con menos de la tercera parte de los votos. Ganó porque los candidatos menores sacrificaron a Peñalosa para mejorar su capital político futuro. Pero habiendo ganado, tiene todo el derecho a gobernar. Y nadie sabe aún cómo va a hacerlo: puede hacer un gobierno eficaz, si pasa –y en muchas cosas ya parece hacerlo- de ideales difusos, a esfuerzos por encontrar soluciones concretas. Tiene a su favor haber sido un excelente congresista, que mostró que se había salido de la guerrilla en serio, y se comprometió a fondo con el destape de la corrupción en la ciudad. Y tiene un equipo con gente bien preparada y buen sentido. Tiene en contra el apego a ciertas ideas obsoletas, una visión asistencialista de los problemas sociales, una creencia ingenua en la bondad de la gestión estatal frente a la gestión privada. Muchos de sus asesores andan en otro mundo, de modo que se puede esperar cualquier cosa.

Se vuelve a proponer un diálogo con la guerrilla porque algunos dicen que los pueblos no están condenados a la violencia eterna.
Nadie está condenado a la violencia eterna. Pero, ¿salimos más pronto de ella negociando con la guerrilla? La negociación del Caguán nos llevó al peor período de violencia de la historia del país. En 2001 muchos decían que estar contra las negociaciones era estar contra la paz, y en una conferencia yo alegué que las negociaciones nos iban a llevar a más violencia, y sobre todo, pondrían el país en manos de los paramilitares, pues la mayoría iba a acabar apoyando una visión más cercana a la de los paramilitares, por lo que estaba pasando en el Caguán.

Yo no veo, en lo que hacen y dicen las Farc, que haya posibilidades de negociación a corto plazo, ni que esa posibilidad mejore porque se disminuya la acción del Estado contra la guerrilla.Las propuestas concretas son ingenuas: hacer un “cese al fuego” bilateral, antes de una negociación, es darle respiro a la guerrilla, ayudar su recuperación, etc. Y empezar a discutir, en el exterior o aquí, en secreto o públicamente, políticas públicas con la guerrilla, me parece sin sentido: un país democrático no puede discutir cual es su política sobre minas o inversión extranjera o medio ambiente con alguien que tiene gente secuestrada. Es una discusión con un revólver en la cabeza, y eso no tiene nada que ver con una sociedad democrática.

Pero, ¿no se opone usted a una negociación?
No: creo que si la hay, en condiciones adecuadas, ahorraremos años de tragedias. Pero hay al menos una condición clara: empezar negociaciones solo si la guerrilla suelta a los secuestrados (y la prensa, el gobierno y la guerrilla, parecen de acuerdo para hablar sólo de los militares, que son los que se sueltan: los civiles están olvidados) y declara que no va a secuestrar ni a atacar más a civiles. Para mí esto es suficiente para conversar. Y lo que hay que discutir, sin secuestro, aunque no se suspenda la acción militar de la guerrilla, es cómo va a ser el cese de las armas. No la política económica, social o educativa, pues eso lo decide el pueblo en las elecciones, sino cómo los amigos de la guerrilla se pueden organizar, con garantías, para proponer cambios a los ciudadanos, después de que hayan dejado las armas, y hayan recibido alguna forma de perdón. Por supuesto hay restricciones para el perdón por las normas del Derecho Internacional Humanitario.

Pero hay que interpretar estas normas sin demagogia: hoy todo es “crimen de lesa humanidad” y el término “terrorista” ya no dice nada, pues se aplica a todo el que usa las armas contra el Estado, y esto es demagogia y manipulación. Hay que tratar a la guerrilla como lo que es: una organización que ha violado el DIH, que ha cometido crímenes de lesa humanidad, que se financia con el narcotráfico, pero ante todo, es una organización política.

En resumen: creo que exigir que la guerrilla se desarme para empezar las conversaciones, no lleva a ninguna parte y la guerrilla no lo va a aceptar jamás, y que tampoco es posible pedirle a la sociedad que acepte negociar con la guerrilla mientras ésta siga usando el chantaje del secuestro.
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