“Estoy por pensar que la curiosidad se esfumó de estos alumnos míos desde el momento en que todo lo comenzó a contestar ya, ahora mismo, el doctor Google”. Mejor dicho, nos llevó el diablo. Nuestros estudiantes no aprenden o no quieren aprender o no pueden hacerlo. Son un caso perdido.
Camilo Jiménez tiene razón. Muchos estudiantes no conocen los rudimentos de redacción. Pero su perorata, su manifiesto apesadumbrado, dice más sobre los profesores que sobre los estudiantes. Camilo no es el primero, ni será el último profesor que denuncia la frivolidad de los jóvenes, que recurre a la misantropía inteligente para ventilar las frustraciones de un oficio extraño, descomedido. La melancolía siempre ha sido el riesgo ocupacional de los profesores. “Nos sentimos, simultáneamente, superiores e infravalorados, por encima del resto de los mortales pero aislados e insuficientemente recompensados y reverenciados”, escribió recientemente el ensayista estadounidense Joseph Epstein.
Cada que me asaltan sentimientos parecidos, en lugar de escribir una carta denunciando la perdición del mundo, releo un texto producido hace ya varios años por el filósofo Robert Nozick, una biografía estandarizada de los profesores universitarios. Todos fuimos cortados con la misma tijera. Pasamos veinte o más años por el sistema escolar coleccionando buenas notas, recibiendo encomios de padres y maestros, siendo apreciados y reverenciados. Después de haber acumulado muchos títulos, decidimos, razonablemente, permanecer en el mismo mundo, el de las aulas de clase, que había sido el escenario de nuestros grandes proezas, de nuestras gestas académicas.
La cosa funciona bien por un rato, dice Nozick. Pero, con el tiempo, las tensiones comienzan a florecer. Tarde o temprano nos damos cuenta de que nuestros compañeros de clase, aquellos que no eran capaces de escribir un parrafito, tienen vidas reconfortantes, mientras tanto nuestras angustias se multiplican: no sólo las financieras sino también las espirituales. La docencia resulta menos atractiva de lo que parecía (sigo citando a Nozick). Los estudiantes no demuestran una pasión acorde con nuestros sacrificios y conocimientos. Todos parecen más interesados en los juguetes de la modernidad que en la búsqueda de la sabiduría. Poco a poco, la frustración le va dando paso al resentimiento hasta que llega un día en que renunciamos o escribimos una carta rabiosa denunciando la injusticia del mundo y la ignorancia de sus pobladores más privilegiados, los veinteañeros acomodados.
Los jóvenes de esta época, como todos nosotros, son hijos de su tiempo. Algunos no son capaces de borronear un párrafo. Pero qué más da. Casi todos dominan a su antojo los milagros de la época. No me gusta la condescendencia, pero convertir a los alumnos en blanco de nuestro bien aprendido resentimiento es una tontería. Prefiero la autoironía, al esnobismo profesoral. Después de todo, cabe reconocer que, en la gran mayoría de los casos, el problema no son los estudiantes, somos nosotros los profesores.
++++
Los chicos que no podían escribir ni un párrafo
Por: DANIEL SAMPER PIZANO
Si los alumnos de Comunicación no logran comunicarse, ¿qué cabe esperar de los demás? Poco.
Siguiendo sabios consejos de suegros gruñones, me propuse ser hostil con los pretendientes de mis hijas y generoso y afable cuando se convertían en sus maridos. Una de las pruebas a las que me encantaba someter a los pretendientes era la de lecturas: llegaban en plan de visita de novios y entonces el papá de la niña se sentaba cejijunto en la sala a charlar con ellos sobre libros.
En cierta ocasión pregunté al aspirante a la mano de M*** por su autor favorito y, en vez de salir por peteneras con uno de lectura escolar obligada, me respondió que era Peppo. Maravilloso: al fin llegaba un tipo culto, un apasionado por la rica literatura italiana... Entusiasmado, le averigüé por ese escritor que yo desconocía y me dijo -radiante él al verme radiante a mí- que se trataba del autor del cómic Condorito. Poco tardó en abandonar toda pretensión sobre mi hija y huir para siempre. (Epílogo: las dos se casaron con individuos que no solo son excelentes lectores, sino hasta buenas personas.)
Pensé en este episodio al leer el viernes en El TIEMPO una columna del profesor Camilo Jiménez, que renunció a su cátedra de Comunicación Social en la Universidad Javeriana atribulado por la incapacidad de sus alumnos para redactar en forma correcta y coherente un párrafo de 100 palabras, la sexta parte de las que contiene Cambalache. Jiménez asignó la tarea de sintetizar un libro a 30 alumnos de semestres avanzados. "Era solo componer un resumen de un párrafo sin errores vistosos", explica. Plazo: cuatro meses. Los estudiantes, de clases medias o altas, habían cursado 13 años en colegios particulares. El resultado fue un desastre. Ninguno pudo presentar un texto aceptable, compacto y claro, sin faltas de ortografía ni de gramática. "Tres se acercaron y dos más hicieron su mejor esfuerzo", dice. Pero fracasaron. Decepcionado, Jiménez presentó renuncia.
En su testamento como pedagogo revela que hace nueve años, cuando empezó la cátedra, los estudiantes tenían tropiezos para escribir una síntesis bien hecha, "pero se lograba avanzar". Desde hace dos o tres, agrega, la situación es imposible. No solo son incapaces de armar un párrafo según lo pide el profesor, sino que, en general, parecen apáticos, desconocen la ironía y muestran escasa curiosidad.
Si los alumnos de últimos semestres de Comunicación no logran comunicarse, ¿qué cabe esperar de los demás? Poco. Lo sé porque recibo a diario decenas de correos y me sorprende descubrir alguno bien escrito. No quiero mencionar los foros virtuales de prensa, cloacas donde la sindéresis es la víctimas más leve, dadas las atrocidades que se expelen y que medios respetables anidan sin mosquearse.
Las pruebas Pisa han mostrado el atraso de nuestra educación. En algún momento supusimos que las formidables tecnologías electrónicas -Internet, redes sociales, información al alcance de una tecla- iban a impulsar de manera automática la formación de los jóvenes. Está sucediendo algo distinto. Con egregias excepciones, el lenguaje precario y truncado de los SMS sacrifica su capacidad de expresarse: la velocidad del pulgar supera la del pensamiento. Desconocen el silencio. Les cuesta concentrarse. Si no fuera por los indignados, se diría que buena parte de los futuros ciudadanos habitan un limbo informático, donde reflexionan menos, se expresan como en las cavernas y renuncian al espíritu crítico. El profesor Jiménez ha pisado un callo doloroso.
ESQUIRLAS. Cientos de miles de colombianos se unieron para exigir la liberación de los compatriotas secuestrados por la guerrilla y decir sí a la paz, no a las Farc y no al secuestro. También hubo manifestaciones en varias ciudades del mundo. Numerosas personas nos dimos cita en la plaza de la Ópera de Madrid para apoyar la causa común contra el secuestro y las atrocidades de las Farc. En la tribuna, un protagonista de excepción: el general Luis H. Mendieta, que estuvo doce años encadenado en la manigua. ¿Entenderán este claro mensaje los nuevos jefes del grupo?
++++
++++
La renuncia del profesor
Por Patricia Lara
La carta (El Tiempo 09-12-11) en la que Camilo Jiménez, profesor de comunicación social de la Universidad Javeriana, cuenta que deja su cátedra de Evaluación de Textos de No Ficción, porque no logró que muchachos entre tercero y octavo semestre compusieran “un resumen de un párrafo sin errores vistosos”, ni pudo comunicarse “con los nativos digitales”, ni consiguió entender “sus nuevos intereses”, ni mostrarles lo “esencial en este hermoso oficio de la edición,” prende la alarma sobre el bajísimo nivel de los estudiantes.
Jiménez dice que, de treinta alumnos, tres se acercaron a la meta y dos se esforzaron por alcanzarla. Pero que los veinticinco restantes “no pudieron, en cuatro meses, escribir el resumen de una obra en un párrafo atildado, entregarlo en el plazo pactado y usar un número de palabras limitado”.
Ello fue así, no obstante que se trataba de egresados de colegios privados, varios con dominio de otro idioma y conocimiento de culturas distintas; hijos de ejecutivos con educación universitaria, muchos con post grados y buenos empleos. En sus casas, agrega, “siempre hubo un computador”, las dos terceras partes usan banda ancha y ven televisión por cable. Y concluye: “tomaron más Milo que agua de panela, comieron más lomo y ensalada que arroz con huevo. Ustedes saben a qué me refiero”.
La experiencia de este profesor coincide con la de una amiga, quien este semestre casi renuncia a su monitoría de teoría literaria de alumnos de segundo semestre de letras de una reconocida universidad, porque no soportaba su incapacidad de redactar un párrafo coherente, sin errores de ortografía ni sintaxis. A varios los rajó por ese motivo.
Y un gran maestro, este de administración de empresas, de otra reconocida universidad, me envió la carta de renuncia de Jiménez y anotó: “este profesor toca la realidad de la academia y los estudiantes”. Y pregunta: “Cual es el papel de las familias, la institución docente y la sociedad en este escenario? ¿Qué dirá la Mane al respecto? ¡Este sentir lo llevamos muchos de los que nos dedicamos a la docencia!”
Volviendo a Jiménez, también se queja de “las pocas y tibias preguntas” de sus estudiantes y de “su absoluta ausencia de curiosidad y de crítica”. Cuenta que desde que empezó su cátedra, en el 2002, los muchachos “tenían problemas para lograr una síntesis bien hecha”, pero avanzaban. Sin embargo, dice que “de tres o cuatro semestres para acá” siente “más apatía y menos curiosidad. Menos (...) espíritu crítico.” Y añade: “estoy por pensar que la curiosidad se esfumó de estos veinteañeros alumnos míos desde el momento en que todo lo comenzó a contestar ya, ahora mismo, el doctor Google. Lo que han perdido los nativos digitales”, dice, ”es la capacidad de concentración, de introspección, de silencio. La capacidad de estar solos. Solo en soledad, en silencio, nacen las preguntas, las ideas. Los nativos digitales no conocen la soledad ni la introspección”.
Quienes tenemos hijos adolescentes, y cada segundo escuchamos el pitico del chat de su blackberry, y los vemos dizque concentrados estudiando pero, al mismo tiempo, chateando con diez amigos a la vez, sabemos de qué habla Camilo Jiménez, pues nosotros tampoco entendemos cómo alguien puede, de esa manera, concentrase en la lectura de un texto importante.
La tecnología tiene muchas ventajas… ¡Pero temo que su abuso llegue a embrutecernos!
++++
NTC ... ENLACES y RELACIONADOS
.
Una filosofía de la educación superior
Por: Salomón Kalmanovitz
El Espectador .com , 4 Dic 2011 - 11:00 pm
¿Qué tipo de sistema educativo debemos construir hacia el futuro? ¿Cuáles deben ser sus metas de formación?
Haber tenido el privilegio de recibir una educación liberal me obliga a querer compartirla con todos los jóvenes que se preparan para la vida. La primera gran meta del sistema es precisamente la de preparar a los estudiantes para la buena vida sin que el mercado defina necesariamente el destino de cada cual.
Un conocimiento adecuado de la cultura y de las ciencias, un manejo solvente del idioma propio y otro extranjero, incluyendo la apreciación de sus literaturas, conducirían a que los jóvenes tomen las mejores decisiones en sus vidas, que pensaran rigurosamente y se expresaran claramente por escrito. El desarrollo de habilidades lógicas y matemáticas es fundamental para apropiar el conocimiento y para expresarse con rigor (la gramática es una lógica). Podrían así descubrir sus vocaciones y definirse por las profesiones de acuerdo con ellas. Apreciarían las artes y la cultura, y podrían asomarse a las fronteras del conocimiento. Tenderían a ser buenos ciudadanos.
En un país escasamente liberal como Colombia se desarrolló una educación profesionalizante en la que los jóvenes se especializan tempranamente, no aprenden a leer ni escribir, desprecian las humanidades que confunden con “costuras” y revelan fallas en matemáticas elementales. Que el 50% de los estudiantes universitarios deserten puede ser reflejo de malas decisiones en la escogencia de sus profesiones, por fuera de razones económicas. Se trata de un despilfarro enorme de recursos de las familias y del mismo Estado. La educación que imparten las universidades privadas de garaje, así como algunas universidades públicas de provincia clientelizadas, es de pésima calidad y deben ser disciplinadas o cerradas por el Consejo Nacional de Acreditación.
La educación superior pública debe contar con más recursos, pero también hacer el mejor uso de ellos. Hay universidades públicas que priorizan su crecimiento y nuevas sedes en vez de mejorar la calidad de la educación que imparten. Frecuentemente despilfarran recursos en verdad escasos. No cuentan con un sistema de selección profesoral blindado de la politiquería y ningún docente, por abusivo que sea, puede ser despedido.
Un segundo tema es el del modelo de desarrollo. El éxito económico de las naciones surgió de haber podido adaptar la ciencia y la tecnología a sus condiciones de dotación de factores y a su geografía, sin resignarse a sus ventajas comparativas; se trató más bien de buscar aquellas que las llevaran al pleno empleo y a maximizar su riqueza. Esa es otra meta extraviada en la visión mercantilista de la universidad. Debiéramos contar con buenos químicos que desarrollen la industrialización del carbón, el coltán y del níquel, científicos y genetistas que diseñaran plantas y ganados adaptados al trópico e ingenieros que inventaran máquinas y procesos intensivos en trabajo.
Hay que pensar duro en cómo mejorar la calidad de la educación superior para que logre despertar la curiosidad y la pasión de los estudiantes por el conocimiento; en algunos casos, se podría aplazar la profesionalización para los postgrados. Se debe diseñar un currículo a la vez exigente y dinámico, introducir el ensayo como método de evaluación frecuente, organizar grupos de discusión e investigación y exigir lecturas en idioma extranjero.
++++
-
¿Y ahora qué?
Polémica (impresa)
El Gobierno retiró la reforma educativa. Pero tras la euforia, las preguntas fundamentales siguen ahí. ¿Busca el Gobierno generar individuos útiles a un sistema? Dos especialistas conversaron sobre el tema.
Por: Rodrigo Restrepo Ángel
Al calor de las protestas de los estudiantes, de las declaraciones del Presidente y de la expectativa nacional, Arcadia invitó a dos académicos a que expusieran sus argumentos de fondo sobre el complejo problema. Alejandro Gaviria, decano de la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes yLeopoldo Múnera Ruiz, profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias políticas y sociales de la Universidad Nacional, debatieron sobre la libertad, el capitalismo y las posibilidades de una reforma a la educación superior en Colombia.
++++